
“Cuando besó el crucifijo, cerró la puerta y tomó la vida por el principio.
Cuando regresó, abrió la puerta, sentado aceptó la luz y acaparó la muerte liberado. A veces el tacto de unas sábanas pegadas a su vientre. Siempre las uñas sucias, con incestas de sangre inocente. Los montes de ideas, muerte, injurias, náuseas y truenos. La tristeza del leopardo adoctrinando un niño que se orinó de miedo. Salivas gastadas por un sueño, jugar de campesino a codiciable terrateniente.
Cuando regresó, abrió la puerta, sentado aceptó la luz y acaparó la muerte liberado. A veces el tacto de unas sábanas pegadas a su vientre. Siempre las uñas sucias, con incestas de sangre inocente. Los montes de ideas, muerte, injurias, náuseas y truenos. La tristeza del leopardo adoctrinando un niño que se orinó de miedo. Salivas gastadas por un sueño, jugar de campesino a codiciable terrateniente.
Sicario en los mientes de la perfidia y la incuria gatopardista que vomita el Demontre.
Ahora que estoy en la vereda de enfrente, me miro en el espejo y no falta nada.
Pobre, solo le quedo yo. Él no ha salido por suerte”.
Pobre, solo le quedo yo. Él no ha salido por suerte”.
Norberto Aige Marinelli
(Derechos Reservados)
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